martes, 2 de agosto de 2011

DESCONCIERTOS (BUEYES PERDIDOS)



Concierto celebrado el pasado Martes 28 de Junio de 2011 en El Sol (Madrid). Público: menos de cien personas pese a tener una lista de invitados con unos doscientos nombres en total.

Bueyes perdidos nació a finales de 1999 como el proyecto musical del compositor, guitarrista y vocalista argentino Guillermo Silveti, bajo un primer nombre que era Los Victoriosos Perdedores. Afincados en la capital, su mayor logro ha sido desde entonces, ganar el “Rock Villa de Madrid” de 2003 y publicar dos discos: el homónimo “Bueyes perdidos” en 2006 en el que colaboró Ariel Rot y el recientemente publicado: “Rocanrolismo”. Tras varios cambios en la formación, la banda la completan actualmente junto con el ya citado Silveti: Javier Polo (bajo y voz), Pedro Navarro (batería y voz), Santi Guillén (guitarra y voz) y Marcel Beltrán (teclados). Tras este breve y aséptico repaso a su carrera, os revelaré ahora cual es la gran verdad que gira en torno a estos Bueyes perdidos: los mires por donde los mires y los escuches como los escuches, son una banda desactualizada de pop/rock en castellano, desfasada en el tiempo, que ha surgido muy tarde (demasiado), que posee una propuesta musical ajada y con olor a rancio, que nada nuevo aporta y  que ni siquiera te permite recordar con nostalgia el pasado, puesto que su calidad dista mucho de ser revitalizadora y mucho menos excelsa. Me explico. El grupo en cuestión no hace más que generar un sonido y unas canciones que parecen meras copias de unas canciones y de un estilo que ya tuvo su momento álgido hace varias décadas. Un sonido que no es otro que el del rock en castellano típico del Buenos Aires de los años 70´s y 80´s y el del rock en castellano clásico español también de la misma época de bandas como Burning o Los Cadillac. Y esta mezcla argentino-española hace que en el fondo y sobre todo, Silveti y los suyos sean una especie de esos Tequila nacidos a mediados de los setenta y de esos Rodríguez que triunfaron en los noventa (hasta Silveti copia el mismo corte de pelo de Calamaro, luciendo un pelazo de los que quitan el sentío), haciendo ese mismo primer rock en castellano casi pueril y con claros toques pop, que en su momento tuvo mucho mérito y encanto, pero que en la actualidad, con toda la renovación que ha sufrido el género, más que hacer gracia o generar simpatía o provocar un sentimiento nostálgico reconfortante; lo que genera es desasosiego ante la falta de ideas originales, encabronamiento por lo anodino e insulso de la propuesta e incluso cierta desazón porque ni siquiera esta copia tardía y desfasada en el espacio y el tiempo, se acerca de lejos a la calidad de las fuentes originales de las que bebe. Por falta de enjundia, de fuerza y de chispa. Por los numerosos acoples que nos regalaron. Por apocados e insulsos. Por lo desfasado de su discurso, de sus chascarrillos y de sus arengas al público presente -“Vamos que nos vamos”-. Por lo cansino del ritmo de su actuación, cuajada de parones. Y sobre todo, porque todas sus canciones parecieron idénticas (una misma melodía con letras diferentes pero también similares entre sí). Están tan pasados de moda que el momento álgido de su concierto contó con la presencia de José María Guzmán (nada que reprocharle, pero no olvidemos que el que fuese líder de los Cadillac vivió su momento de mayor gloria allá por 1986 cuando representó a España en Eurovisión con la canción “Valentino” y actualmente toca en directo con su banda Los Hobbies, haciendo versiones del Puma y de los Dire Straits; vamos, que actual lo que se dice actutal….) en el escenario cantando un tema con el resto del grupo, como queriendo decir: “si amigos, por si os quedaba alguna duda, aquí estamos José María y el resto de talluditos de la banda confirmando que somos un grupo de rock que intenta triunfar en el siglo XXI haciendo una música que ya tuvo su momento de gloria casi cuarenta años antes”. Y no me malinterpretéis, yo desde aquí siempre he reivindicado los sonidos, géneros y estilos pasados, que además son mis favoritos. De hecho creo que la cima del rock y casi de la música moderna en general, tiene su tope en la década de los 70´s y que desde entonces no ha vuelto a surgir un número tan grande de artistas tan innovadores, excelsos y meritorios como los de aquellos maravillosos años. Y de hecho creo que es necesario que los nuevos músicos beban de esas fuentes, se empapen de su música y no la olviden nunca. Que la revitalicen, que la veneren y que le rindan homenaje constante. Pero claro, no es lo mismo hacerlo como por ejemplo lo hace el que para mí es en la actualidad sino el mejor, uno de los más grandes grupos de rock que hay en España: The Soulbreaker Company, que basándose en el legado de bandas del calibre de Pink Floyd, Deep Purple o Led Zeppelín han conseguido crear a su vez un sonido único, diferenciador, original, demoledor y acojonantemente bueno; que hacerlo como estos Bueyes Perdidos: copiando un sonido ya existente de forma regulera sin infringirle nuevos aires y sin aportar nada nuevo. Por eso queridos amigos, unos son tan grandes y otros tan pequeños. Por eso sigo desconfiando de todos los concursos tipo “Villa Rock de Madrid” en los que suele primar el amiguismo sobre el talento. Y por eso, al concluir la actuación de Bueyes Perdidos, como guiado por la segunda palabra de su nombre, me di cuenta de que apenas recordaba nada, quedando su música y su presencia “perdidas” en el olvido.



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