miércoles, 3 de agosto de 2011

DESCONCIERTOS (LITTLE WINGS Y BREATHE OWL BREATHE)







Concierto celebrado el pasado Miércoles 29 de Junio de 2011 en El Sol (Madrid). Público: 40 personas aproximadamente.

El menú del Sol es variado: se pueden degustar exquisiteces y algunas delicattessen, pero también algo de fritanga de vez en cuando, algún que otro producto que ya huele un poco a rancio y alguno que otro fresco, como un buen pescado del día o de la temporada, ofertas tradicionales y ofertas de nueva cocina, pasteles empalagosos, carnes prietas y duras como la piedra, bizcochitos, degustaciones ácidas y amargas, buenos vinos reposados con el paso del tiempo, caldos de nuevo cuño, productos españoles, americanos, ingleses, franceses, nórdicos, alemanes y hasta del lejano oriente. Algunos manjares son más comerciales, otros más desconocidos. Hay menús que van desde los cinco euros a los treinta. Viandas con estilo propio y viandas que son burdas copias de otras de mayor enjundia. En este caso concreto, se repitió uno de los menús que últimamente más se ofertan en la sala de conciertos madrileña: dos raciones de folk americano, una de fácil digestión -Breathe owl breathe- y otra más pesada, de las que repite bastante y de las que suele provocar una siesta conocida con el nombre de: el desnucamiento del pobre espectador.

Primer plato: Breathe owl breathe
Pese a partir con la vitola de entrante, los teloneros acabaron siendo el plato fuerte de la velada, bastante por encima de Little Wings. Su hermoso y poético nombre -“Respira, lechuza, respira”- define ya bastante bien el estilo musical de este trío de Michigan: folk intimista y suave, pero a la vez oscuro y dotado de ciertos elementos (que más adelante analizaré) que generan  desconcierto e inquietud en el oyente y que por tanto rompen con la monotonía imperante en el típico folk de raíz. La parte más cadenciosa y dulce de sus canciones se cimenta en los exquisitos juegos vocales de Micah Middaugh y de la también violonchelista Andréa Moreno-Beals, mientras que el punto inquietante y dramático lo consiguen a través de los múltiples quiebros y requiebros de sus melodías, las distorsiones, la variedad de instrumentos y la utilización de varios elementos de atrezzo tales como disfraces y caretas. Por momentos me hicieron zozobrar con algunas composiciones un tanto monótonas, pero lo cierto es que sonaron mucho más originales que la media y buscaron una constante interacción con el público (llegando incluso a crear coreografías de sus temas que pedían al respetable que repitiese) que otorgó a su actuación un mérito extra. Además demostraron sin lugar a dudas que son unos músicos (Trevor Hobbs completa la formación) de innegable talento. No en vano poseen ya cinco discos publicados (en esta ocasión centraron su repertorio en temas de su último trabajo: “Magic Central”) y han estado girando este último año en su país con el mismísimo Yann Tiersen. Por si estos no fuesen méritos suficientes se encargaron de lograrlos definitivamente con composiciones tan poéticas como: “Swimming”, “Dog walkers of the new age” y “Own stunts”, completando una actuación que por rara y novedosa acabó haciéndome disfrutar en muchos momentos de la misma. Eso sí, con estos artífices de la “nueva cocina”, siempre te acaba quedando la duda de hasta que punto su producto no deja de ser en parte una tomadura de pelo y no pude por menos que acabar preguntándome si lo suyo es más talento que cuento o más cuento que talento. Bien es cierto, que yo soy bastante desconfiado a la hora de elogiar moderneces, porque en más de una ocasión y de dos y de cien me han querido dar gato por liebre. Pero sinceramente, no creo que este sea el caso.

Segundo plato: Little Wings
Todos los expertos gastronómico-musicales coinciden en asegurar que tras Little Wings se esconde uno de los nombres más relevantes del nuevo folk-rock americano de los últimos años: Kyle Field. Algo que no es de extrañar, ya que el señor Field reúne todas las condiciones para ser idolatrado por este tipo de gourmets: barbudo, algo desaliñado, tocado con camisas de cuadros, con cara de estar siempre meditando en cosas profundas y supraterrenales, colaborador de gente como Will Oldham o Devendra Banhart, independiente de los de verdad (o lo que es lo mismo, un tipo que se oculta de los medios y por tanto pasa más que desapercibido en su país de origen y es un auténtico desconocido fuera de él) y por si fuera poco convertido ya en figura de culto para los más influyentes periodistas adscritos al “Movimiento” (¿qué movimiento? No me tiréis de la lengua que los espías con gafas de pasta están por todas partes). Y lo cierto es que algunos motivos hay para encumbrarle, siendo el principal, su prodigiosa, imponente e impactante voz y en menor medida la cadenciosa clase de algunas de sus canciones (sería injusto decir que no tiene temas meritorios, porque haberlos haylos). Lo que ocurre es que el grueso de sus composiciones peca de ese mal endémico que tienen la mayoría de artistas adscritos al folk: son aburridas, previsibles, monótonas, predecibles y cansinas. Vamos, que un picoteo de no más de diez minutos gusta, pero una ingesta de más de una hora de Little Wings acaba dándote ganas de pegarte un tiro (de lo que sea). Pese a todo, destacaré como momentos brillantes de su actuación los que coincidieron con las interpretaciones de “Gold teeth”, “How come?” y “Mr. Natural” (ésta perteneciente a su último álbum publicado: “Black Grass”). Y poco más que decir, bueno sí, que tras su paso por la capital, los admiradores más acérrimos de Kyle Field van a poder seguir vanagloriándose de que su ídolo sigue siendo un artista de culto e independiente, siendo buena prueba de ello el hecho de que a verle, no acudieran ni siquiera cincuenta personas. 


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