miércoles, 18 de agosto de 2010

MIS MIERDAS (AUSCHWITZ)



Tras el regreso de las vacaciones de verano, me gustaría comentaros precisamente lo que más me ha marcado de las mismas: la visita a los campos de concentración, exterminio y experimentación médica de Auschwitz-Birkenau, a menos de cincuenta kilómetros de Cracovia. La capital polaca posee un hermoso centro histórico, está llena de parques y zonas verdes donde los niños juguetean aprovechando los días de sol, que no son tan comunes en esta zona, y es un lugar idóneo para los amantes de la buena música con una gran oferta de actuaciones en vivo gratuitas (o casi: al cambio una entrada para un concierto de jazz costaba unos dos euros y medio) en los numerosos clubes de música que plagan su subsuelo, ya que suelen ser sótanos con forma de idílicas cuevas, acogedores y exquisitamente decorados. Es una de esas ciudades que no tienen tanta fama como otras, tipo Praga o Viena, pero que las duplica en encanto y que además no se encuentra tan masificada, vamos, que puedes pasear por sus calles sin tener que abrirte paso a codazos, mientras te quedas ojiplático observando la belleza extasiante de las mujeres polacas.  En definitiva, un lugar placentero, tranquilo y agradable. Y a menos de una hora de distancia, la antítesis, uno de los mayores lugares de exterminio, muerte, sufrimiento y dolor que haya existido en el siglo XX. Camino de Auschwitz, la sensación gratificante de paz en el espíritu comenzó a tornarse negra, muy negra. Los nubarrones del cielo no podían competir con los que comenzaron a azotar nuestras almas. Las risas de los primeros kilómetros en el autobús de camino se fueron apagando poco a poco y una sensación de tensa calma, de fría quietud, nos inundó a todos ante lo que íbamos a presenciar. El museo formado sobre las ruinas de Auschwitz es un recordatorio del dolor y la muerte de más de dos millones de personas, en su mayoría judíos, pero también eslavos, prisioneros de guerra, zíngaros… Cámaras de gas, crematorios, chimeneas de las que todavía parecía verse saliendo las cenizas de los cuerpos calcinados, paredones de ejecuciones, zulos de castigo, barracones infrahumanos, toneladas de pelo de los muertos, miles de objetos personales (gafas, maletas, prótesis, dientes de oro, zapatos de niños….) cada uno de ellos perteneciente a una víctima con rostro desencajado por el hambre, la humillación y el sufrimiento, lagunas de cenizas humanas (la realidad siempre supera la ficción), miles de latas de Zyklon B (el gas utilizado en las cámaras), verjas metálicas…. Todo horrible, todo nauseabundo. Pero son otros pequeños detalles los que verdaderamente encogieron nuestras almas y revolvieron nuestras tripas, como la frase de bienvenida que coronaba la puerta de entrada al campo: “El trabajo os hará libres” (nunca la ironía ha sido tan cruel), o lo que comunicaba el jefe del campo a los presos en su llegada: “vuestra única salida de este campo de concentración será a través de la chimenea del horno crematorio”.
Silencio sepulcral.
La necesidad de observar el horror para así no volver a cometer los mismos pecados, los mismos errores. Aprender a perdonar sin olvidar a los muertos. Ese es el principal motivo por el que se ha abierto este museo. Lástima que en la actualidad sigan cometiéndose barbaries, asesinatos, guerras y torturas. Lástima que los que fueron víctimas ahora también ejerzan de verdugos. Lástima que nada parezca tener sentido, que el hombre siga cometiendo los mismos errores una y otra vez.
La historia se repite. ¿Hasta cuándo?

Clickad malditos, clickad: enlace con testimonios de supervivientes del campo de Auschwitz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

precioso relato . pedazo de chulón!